30 mayo, 2007

Ciencia y ciudadanía

Cada tanto, una palabra de origen científico hace titulares de prensa y conmociona a la opinión pública.

Hoy la palabra es ADN, ayer VIH, otro día podrá ser fatiga de los materiales, o estructura de la personalidad, o demencia senil leve.

¿Cómo entiende el ciudadano común estas palabras? Cuando la ciencia se mezcla con la vida cotidiana, ya sea la personal y privada o la pública, generalmente pone en evidencia dos tipos de conductas polares, de suyo complejas y problemáticas, pero cuyo análisis puede arrojar conclusiones interesantes, desde el punto de vista educativo: la mágico religiosa, y la escéptico-demandante.

La reacción mágico religiosa es la que otorga a la ciencia carácter de infalible. Así, independientemente de que las evidencias prácticas y una mínima experiencia vital nos debería incitar a la duda, como sociedad creemos a pie juntillas que: los psicólogos pueden definir la salud o enfermedad mental de una persona, los gobernantes pueden predecir y prediseñar las relaciones económicas de 15 millones de personas hasta el segundo decimal, los servicios públicos o privados realizan diagnósticos y dan soluciones libres de fallas, los técnicos y científicos del país están al tanto de lo último en la materia y todos los sistemas funcionan.

Esta mirada es incentivada, en general, por las autoridades y líderes con alguna responsabilidad sobre algún sistema o empresa del país y sus promesas, declaraciones o argumentos de venta.

La reacción escéptico-demandante, por otro lado, es la que hace que ante el menor o mayor problema ocasionado por un procedimiento científico o técnico defectuoso, de impacto público, se rasguen vestiduras, se exijan cabezas o chivos expiatorios, se declare la santa indignación o desolación, o derechamente se exprese la rabia que es fogoneada por periodistas o políticos de oposición de turno.

El ciudadano trata de hacer su vida en paz pero escucha estas declaraciones de tanto en tanto, y como no dispone de un background científico mínimo, como no aprendió de verdad en la escuela o liceo que la ciencia y la técnica son un instrumento humano más, y como tal, falible… como nunca se enteró de que hasta los más sofisticados científicos de los mejor financiados laboratorios del primer mundo, sólo se atreven a decir, en los papers acerca del fenómeno que estudian, algo así como “todo parece indicar que”, sin hacer dogma de नादा... el ciudadano cree promesas, compra los argumentos de venta, confía en las declaraciones científicas y después se indigna, se pone escéptico y pide cabezas, que al rodar, le permitan personalizar los problemas y atribuirlos a una o dos personas, que extirpadas del proceso, le devuelvan la tranquilidad de su actitud mágico religiosa.

En el colmo de esta actitud, podemos mencionar la percepción por parte del ciudadano común, fomentada por las autoridades, de que la salud es un derecho y no una condición generada por condiciones heredadas y/o decisiones irresponsables de una forma de vida sin prevención o auto-cuidado. Auge más o menos.

Somos de la idea de que para que la ciudadanía no siga comprando buzones, o exigiendo lo imposible, la educación debe cambiar. Simce más o menos, en la dirección de una mejor formación científica, aplicada, conceptual, relacionada con la vida, experimental, cuasi cultural.

La esperanza es que nuestros nietos, mejor formados científicamente conozcan mejor sus derechos, pero primero cumplan con sus obligaciones. Pero sobre todo, tengan formado un cierto sentido común científico, un cierto respeto por el poder de la naturaleza, y por las verdaderas posibilidades, pero también los límites de la ciencia. Que no permitan que en el futuro, una tanatóloga les diga en un reportaje “tenemos el 100% de certeza de la identidad de tal persona”, o una psicóloga declare “tenemos el 100% de certeza de que esta persona es creíble”, y ellos lo crean a fardo cerrado. Porque eso es más cómodo para la mayoría, en ese particular momento.

¿Usted que piensa?

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